Seguro que Darnauchans escribió este gran tema pensando que lo yo lo usaría en su(s) debido(s) momento(s). El momento ha llegado, así que anda tranquilo Eduardo, trataré de hacer lo mejor que pueda.
No he notado un cambio drástico en mi forma de ser, quizá pronto ocurra o quizá no. Pero si he descubierto algunas cosas de mi, algunas certezas que no eran tales y algunas dudas se convirtieron en certezas. No soy un genio al afirmar que todos en algún momento de la vida (quizá constantemente) estemos derrumbando convicciones, sembrando nuevas dudas, cambiando prejuicios, construyendo verdades, o adquiriendo nuevas (in)seguridades.
Dicen, los adultos experientes (pobres de los que creen que el mero paso del tiempo les da conocimientos absolutos, ingenuos, si eso fuera de ese modo nuestros queridos (o no) abuelos serian -sin duda- fuentes inequívocas de conocimiento) que en algún momento de la vida se hace un click, en donde se deja atrás una etapa y se pasa a otra siguiente, que tiende a ser de mayor nivel de exigencias, en un amplio sentido. Creo que en ese sentido tienen algo de razón.
Uno de mis mayores miedos era hasta hace poco, la soledad. Todo un tema, pues, he de confesarlo, al tener una gran fe en mi ateísmo radial (¿contradictorio?) creo firmemente que la muerte es la carencia total de sentidos, así que bajo ese concepto, y por decantación surge como mayor miedo (y hasta hace poco declarado como único) la soledad. Claro, la idea de vivir (y no de morir como dicen muchos) en soledad me aterra, pienso que se debe a que soy un "bicho de zoociedad", y por más duro, autónomo y racional que me muestre, necesitaré siempre a y de alguien.
Es un buen razonamiento hasta que interviene la idea o concepto de que el ser humano también es un "bicho de costumbres" y nos lleva automática mente a la pregunta ¿qué sucede si la soledad se transforma en costumbre? Siendo honesto, no lo se, aunque tengo algunas teorías, entre las cuales esta la del acostumbramiento, o la del no acostumbramiento.
La primera, se me ocurre que puede ser de dos maneras, una en la que el individuo logra adaptase de una forma "relativamente cómoda" y continua con una vida "relativamente normal"
y la otra es un acostumbramiento incómodo, donde el individuo convive con la soledad muy a su pesar, porque asume que eso es lo que le tocó o porque no le da el coraje para afrontar de una vez a la huesuda.
La segunda, el no acostumbramiento, también tiene dos opciones, una es la de salir de la soledad de la manera que sea, incluso enfrascándose muchas veces en misiones imposibles de cumplir, y si no se logra salir tenemos la otra opción, que vendría a ser la continuación del acostumbramiento incómodo, continuación de breve duración, para ser más preciso, el tiempo en que la bala demora en alojarse en el cráneo del individuo.
Luego de esta explicación de porque le temo a la soledad, usted, estimado/a lector/a, podría objetar que hay otros miedos, como la locura (que bajo mi criterio es muy similar a la muerte, pues es la pérdida de la razón, y ya con la misma fuera de juego no habría lugar a la chance de preocuparnos por perderla, además nunca podríamos percatarnos de que la hemos perdido, pues a nuestro juicio, seguiríamos en nuestros cabales) y tantos miedos más.
En esas tres simples palabras radica uno de mis mayores problemas al momento, pues como podrán haber deducido hasta hace poco yo contaba con solo un miedo existencial, y algunos otros que consideraba vanales. Resulta que estos últimos han ascendido de categoría, y eso que yo solo permito un ascenso por temporada...
Dejando atrás el chiste pelotudo, he de decir que se me han planteado en mi camino ciertas interrogantes que de seguro estuvieron ahí toda la vida, pero nos las había visto hasta ahora, quizá porque no estaba preparado para verlas (no estoy seguro de que ahora lo esté) o porque no podía o quería verlas.
Así es amigos y amigas, creo que he caído; que he caído en la cuenta de que hay más temores de los que imaginaba, y como era de esperar, me atemorizan, me perturban, me molestan.
Así es amigos y amigas, esa persona que ustedes siempre vieron como alguien tan maduro (quizá hasta precozmente maduro), fuerte, seguro, de firmes convicciones, mordaz, sarcástico, que se burlaba (y se burla) de los avatares de la vida, que solía (y suele) atribuir el calificativo de nimios a ciertos menesteres de la vida, esa persona a quienes consideran soberbio y autónomo, esa misma persona, hoy se derrumba en miles fragmentos ante la imagen de un océano de dudas que deberá atravesar para salir de la isla que se hunde y llegar (¿nuevamente?) a un firme continente (que quizá -seguramente- en otra oportunidad se transforme en otra isla).
Espero, y quiero creer, ahora y mas que nunca, en la veracidad del Ave Fénix.
Sin más (al momento) me despido y les agradezco el tiempo que dedicaron a leer estas torpes líneas.
(Publicado en Detaquito.blog el 11/08/2010)